29 de octubre de 2010

En Una Noche Tan Linda


Miss Universo Alicia Machado

Sin importar en qué parte del mundo estábamos, año tras año jamás nos perdíamos el Miss Universo. Era (y sigue siendo) un orgullo que nuestra Miss entrara entre las finalistas en el certamen. Recuerdo bien el año en que ganó Alicia Machado nosotros estábamos viviendo en la India. La satisfacción de llegar al colegio y decir que la venezolana había ganado, no tuvo precio. Lamentándolo mucho rara vez tuvimos la oportunidad de ver el magno evento de la belleza venezolana estando fuera del país. Hoy en día lo transmiten en 700 países con 423 traducciones diferentes. En ésa época ni nos enterábamos qué había pasado ni quién había ganado.

Para mí, una de las cosas que nos hacen ser más venezolanos es el Miss Venezuela. No hay niña que de pequeña no quiere ser Miss cuando crezca. Esto viene siempre alimentado de los comentarios de las tías y las amigas de las mamás que les dicen cuando las ven Ay! pero que niña tan linda! Cuando seas grande vas a ser Miss! Esto desde los 2 años. De tantas veces que nos lo repiten, todas nos lo creemos. Yo de pequeña decidí que como no había nacido en Venezuela sería Miss Brasil, y listo, ahí solucionaba todo.


De 14 años en Rita's (no puedo creer que estoy poniendo ésta foto)

Anoche viendo el Miss me dí cuenta de que jamás hubiese podido cumplir mi sueño de infancia. Mis papás intentaron hacer lo posible para volverme más agraciada metiéndome en una academia de modelaje a los 14 años (esa historia amerita una entrada de blog completa por lo ridiculo del asunto), pero qué va, ni que hubiese medido 1.89 sería posible verme ahí caminando por esa pasarela (todos los que me conocen saben que hubiese terminado en el piso). A pesar de que es una excelente oportunidad para las participantes (yo sé, sueno como Sandra Bullock en Miss Congeniality: 'It’s a scholarship program'), yo no sé como hacen esas muchachas para andar semi-desnudas, paradas frente a miles de personas sabiendo que están siendo juzgadas por todo. Que si está muy gorda, que si la nariz fea, que si es bruta.

Además cuando llega la hora de las preguntas, hay que entender los nervios. Primero hay una historia de misses que no han sido muy agraciadas que digamos respondiendo sus preguntas. Digan lo que digan, eso pesa. Segundo, la confusión de que si tienen que saludar y decir Buenas noches Poliedro de Caracas (¿o será Palacio de los Eventos?). Eso solito las enreda porque si vienes con un guión en mente no hay manera de que te salga natural y fluída la respuesta. Para más colmo las preguntas que hacen todos los años son cada vez peores. A mí me preguntan a quién quiero conocer vivo o muerto, tengo que pasar como 1 hora pensándolo. La respuesta políticamente correcta siempre será Jesús o el Papa. Yo quisiera ver algún día una Miss responder algo así como Marylin Monroe. Ese día me paro y le aplaudo por ser sincera.

Los jueces cada año son más extraños. Todos sabemos que Osmel es que decide la ganadora. Tan obvio es que llevan cuatro años poniendo a la ganadora vestida de Gionni Straccia. Ya últimamente cuando dicen que el vestido de tul con organza de seda con detalles pétalos de amor y lágrimas de un cisne al nacer es de Gionni, ya sé de una vez que ésa es la nueva Miss Venezuela. Los jueces están ahí para disimular, para pararse y saludar al público. Además están para presentar al resto de la sociedad que no las conoce a las aclamadísimas Damas de la Sociedad. Lo más importante, están para que Maite pueda repetir una y otra vez Aplaaaausos!

Lo maravilloso de la técnología es que antes nos tocaba sentarnos en casa a reírnos, burlarnos y llorar el Miss Venezuela con las pocas personas que nos acompañaban. Ahora podemos comentarlo con el mundo entero a través del twitter. Reírnos de Kiara Gaga juntos y cuestionarnos año tras año cuándo será el día en que Venevisión deje a los músicos cantar en vivo.

Y es que, para mal o para bien, el Miss Venezuela se ha convertido prácticamente en el deporte nacional del país. Es más, estoy convencida de que En una noche tan linda como ésta debería ser considerada patrimonio nacional. Venevisión puede disfrazarlo como sea, pero la nueva melodía nunca le llegará ni a los tobillos a la vieja. Todo gracias a que durante todos estos años el canal se estaba robando la canción y cuando los descubrieron no quisieron pagar los derechos de autor. Yo exijo que nos devuelvan nuestro tema original!

El Miss Venezuela es una parte de nuestra cultura y de nuestra identidad. Es la noche del año en la que todos nos olvidamos de partidos políticos, de que si somos Caraquistas o Magallaneros, de peleas familiares, o cachos de los novios. Es la noche en donde todos nos sentamos a ver, criticar, y burlarnos de las misses. Pero también es la noche donde decimos Ay chica pero que vestido tan hermoso y al final, aplaudimos a la ganadora. Meses después cuando llega el Miss Universo para nosotros es el equivalente al Premio Nóbel de la Paz o como si Venezuela estuviése clasificando para la final de un Mundial de Fútbol. Cuando la nuestra resulta ganadora, Las Mercedes se tranca, la gente celebra, nos abrazamos y somos hermanos todos de nuevo. Por eso la cultura del Miss Venezuela, aunque sea completamente banal, es una de las cosas que más amo de nuestro país.

27 de octubre de 2010

La Venezuela que yo quiero


En mi graduación de la universidad 2006

Como casi todas las personas de mi generación, antes no entendía ni me importaba la política. La verdad, cuando uno es niño, en lo que menos está pensando es en eso. Viviendo en Caracas de pequeña, nos llevaron en varias oportunidades con el colegio a la Asamblea Nacional. Como la mayoría de mis compañeritos, lo que más me emocionaba no era el lugar donde se hacían las leyes, sino tener un día fuera de el colegio. Durante el Golpe de Estado de 1992 casualmente estábamos en Gochilandia, por lo cual no viví el caos que estaba ocurriendo en Caracas. Sin embargo, cuando regresamos a casa, descubrimos que una bala había roto la ventana de nuestra sala, y se había enterrado en la pared. En ese momento, no me imaginaba lo que aquel hecho histórico desencadenaría años después, y cómo el mismo cambiaría por siempre mi vida.

Cuando llegaron las elecciones de 1998, todavía no me interesaba mucho la política. Aunque estaba más grande y podía entender lo que estaba pasando, realmente tenía otras prioridades en mi vida, como cualquier típica niña de 14 años. Toda mi vida había querido estudiar la universidad en Venezuela. Legalmente era extremadamente complicado estudiar una carrera universitaria en este país al graduarse de un colegio americano. Por esa razón, precisamente en el año ’98, me cambié a un colegio venezolano (El Peñón). Años después cuando llegó la hora de graduarme de bachillerato, me vi enfrentada a la irónica situación de tener que irme del país. Era el año 2002 y, gracias a la entrada de Chávez al poder, el país parecía estar encaminado por una vía incierta. Al final, hice mis maletas y me fui a estudiar a la Universidad de Miami (UM). Para ese momento, la política había entrado a mi vida por completo y estaba afectado mis decisiones.

Aún desde el exterior, traté mantenerme activa en cuestión de política venezolana. Fundé UNIVEN, una organización para estudiantes venezolanos en UM, e hicimos varios eventos pequeños en los que llevamos a diferentes personas a hablar sobre la situación política de Venezuela. A pesar de no estar de acuerdo con la política de Chávez, considero que jamás he sido una persona radical. Por mi propia naturaleza como persona, me cuesta demasiado criticar algo sin primero intentar ver el otro punto de vista y tratar de entenderlo. Pienso que siempre es importante tener opiniones de los dos lados y estar consciente que existen varias versiones de la verdad.

Ese pensamiento se fundó en mí aún más después de aquel devastador resultado luego del Referéndum Revocatorio. Ahí comprendí que no estaba viendo la historia completa. De alguna forma me sentí engañada, porque la realidad es que, fraude o no, la oposición en ese momento no era mayoría. A partir de ahí los eventos que hicimos con UNIVEN fueron un poco más equilibrados, tratando de mostrar las dos caras de la moneda. Llevamos a un político de la Florida a dar una charla sobre lo que él había visto errado y sospechoso en esas elecciones. Pero por otro lado, también invitamos a un miembro del Centro Carter a contar su perspectiva sobre lo que él había visto como observador internacional. Era importante para mí que la gente se informara y viera los dos lados logrando que cada uno formara su propia opinión. Todo esto fue causando que, aunque no compartiera ciertas opiniones, tuviese la capacidad de escuchar ambas posiciones.

Lamentándolo mucho la situación en la que vivimos actualmente ha creado mucho odio entre los venezolanos. Mi mensaje al final de todo esto, es que eso no puede continuar. Nosotros tenemos que abrir los ojos y ver las cosas por como son. Hay que conciliar y conseguir una manera de dialogar. No puede ser que exista tanta intolerancia. Cada vez que oigo a alguien de la oposición o del chavismo insultar, o tratar de una manera despectiva al otro bando me llena de una profunda tristeza. Tenemos que entendernos y comprender el punto de vista del otro para que esto no ocurra más.

Hace unos meses recibí unos insultos de una persona adepta al gobierno. Mi respuesta hacia él fue que no existía razón por la cual él debía tratarme así. Al final, soy una persona más con sentimientos y nadie tiene derecho a menospreciarme. Le dije que si él quería convencerme de que yo estaba equivocada, entonces que me enseñara y me explicara por qué era ese el caso. Que sólo educando y dialogando podemos llegar a entendernos. Y es que así debe ser. No podemos convencer a nadie de que tenemos la razón si estamos cegados a los argumentos por los cuales ellos creen que están en lo correcto. Debemos ser inclusivos y dejar de atacar. Que el presidente hable con odio no nos da derecho a nosotros a hablar de la misma manera. Si él no da el ejemplo, entonces tenemos que darlo nosotros. La mejor lucha y la mejor pelea se gana enseñando.

Si queremos realmente lograr un cambio en este país tenemos que empezar siendo el ejemplo y con eso crear nuevas propuestas. Hay que aceptar que en este país estamos divididos por la mitad en cuanto a ideales políticos. Es por eso que es importantísimo que las propuestas y los proyectos que vayan a formar parte del país que todos al final queremos, tengan pedacitos de ideas de ambos lados. Aceptar lo bueno de cada uno y perfeccionarlo, y desechar lo que realmente no sirve y nunca servirá.

La política llegó a nuestra vidas para quedarse. Y si hay algo que a fin de cuentas todos tenemos que agradecerle a Chávez, es que nos despertó. Nos hizo dar cuenta de que el país es de todos nosotros, y que no se puede seguir siendo indiferente. A mí la política me cambió para siempre. Genuinamente creo que en el fondo todos queremos ser parte de lo mismo. Todos podemos tener ideales y maneras de pensar diferentes, pero a la vez, no queremos ser intolerantes, como tampoco queremos que sean intolerantes con nosotros. Todos queremos ser escuchados con respeto; la verdad, nos lo merecemos.

Tengo la fe de que nosotros tenemos la capacidad de unirnos. Tengo la esperanza de que llegará un día en que podamos entendernos y luchar juntos por construir un mejor lugar. Tengo la convicción de que el día llegará en el cual todos podremos ser el cambio que queremos ver en Venezuela.

7 de octubre de 2010

De Paisajes y Sueños




Barinas desde el carro

Rara vez tenemos la oportunidad de revivir los recuerdos de la infancia. Sin embargo, hay uno que tengo la suerte de poder recrear de vez en cuando. Evidementemente, nunca será lo mismo de cuando era pequeña, pero logro acercarme bastante. Viajar en carretera por Venezuela siempre será uno de los recuerdos más recurrentes de mi infancia. Puedo decir con certeza que no hay cómo viajar por las calles de nuestro país. La verdad es que ésta es una de las formas de llevarse con la mirada el más vivo reflejo de la Venezuela de verdad.



Descanso en Mérida en algún viaje

Cuando vivía en Caracas de pequeña, solía hacer varios viajes al año en carretera hasta Gochilandia con mi familia. Nuestros viajes siempre comenzaban con la eterna pelea entre mi hermano y yo de me pido la ventana, la cual indudablemente, siempre perdía yo. A pesar de que viajábamos solamente cuatro personas en el carro, era rara la vez que tuviésemos espacio suficiente atrás para que mi hermano y yo cada uno pudiese estar sentado en ‘una ventana.’ Por lo general el carro venía lleno de maletas, bolsos, regalos y hasta una que otra mata que mi mamá compraba en el camino. Nunca faltaban en nuestros viajes Rocío Durcal y Luis Miguel. Me atrevería decir que hasta el sol de hoy, cada vez que escucho alguna canción de Rocío Durcal, me siento como Anton Ego en Ratattouile, pues me hace regresar a algún carro pasando sobre algúna carretera entre las montañas de Venezuela. Los viajes en carretera de mi infancia sabían a carne en vara, agua panela, pirulines y frescolita. Olían a pasto quemándose, a gasolina, y hasta a baño de carretera (sí, ese olor). Solía mirar por la ventana y ver por horas a la gente que vivía en cada uno de esos pueblos. Me preguntaba cómo serían sus vidas, e imaginaba que eran felices con tan solo sentarse a ver carros pasar. Me encantaba cuando por alguna razón se nos daba la noche aún viajando. Me asomaba por la ventana a mirar las estrellas mientras me arropaba con una cobijita en el asiento trasero del carro.



Irónicamente una de mis partes favoritas de viajar en carretera era la entrada a Caracas, ya en el final de nuestros viajes. Me emocionaba ver las vallas y letreros que eran (y siguen siendo) parte de la ciudad. La valla lumínica de Nívea siempre será un tributo a aquella época; a medida que se encendían los aros sentía que estaba cada vez más cerca a casa. Había una valla inmensa de Café Fama de América a la cual mi papá siempre le cantaba por el aroma yo lo sé, limpiáte el cul* con papel toilet. Año tras año esto nos causaba risas sorprendidas a mi hermano y a mi por la grosería tan horrible que había dicho mi papá. Para mí toda esa experiencia resumía nuestros viajes en carretera. Era una oportunidad de estar sentados todos juntos en el carro por unas cuantas horas. Una oportunidad de cantar canciones de niños y escuchar Amor Eterno una vez más. Pero más que nada, era una oportunidad de ver a Venezuela.

Hoy en día aún disfruto viajar por las carreteras de nuestro país. Puedo recrear ese recuerdo de mi infancia de alguna forma, aunque ahora lo veo todo diferente. Todavía me gusta mirar por la ventana, pero ahora me doy cuenta que en cada uno de esos pueblos veo reflejado a la Venezuela de verdad. En cada pueblo y en cada ciudad por la que uno pasa, se encuentran las mismas historias repetidas. No importa si es Valencia o Tucupita; Venezuela está en todos lados. Al mirar por la ventana me gusta observar a los niños jugando descalzos con pelotas decoloridas, a las señoras sentadas en sillas de plástico viendo los carros pasar, y a los hombres tomando cerveza con la panza afuera mientras analizan su próxima jugada de dominó. Son las mismas historias pueblo tras pueblo, pero también son las mismas historias en la ciudad. Los niños sentados en la planta baja de algún edificio jugando pelota o Nintendo DS, las chismosas mirando a la vecina con alguna facha repetida, y los hombres gritándole al televisor con cerveza en mano, esperando la próxima carrera del partido de beisbol.


En la Gran Sabana después de 16 horas de carretera

Viajar por carretera me ha enseñado que todos somos iguales, y todos queremos lo mismo. Quizás lo queremos en diferentes escalas; pero al final, es lo mismo. Pasar por cada uno de esos pueblitos me hace dar cuenta que ahí está la Venezuela de verdad, de la misma manera que está en cualquier metrópolis del país. Lo que pasa es que en las ciudades grandes cuesta ver esa realidad. La política, el estrés y el ajetreo hace que se esconda esa Venezuela; la Venezuela de la gente amable, criolla, buena y solidaria.

Desde pequeña he visto las mismas imágenes por la ventana del carro; paisajes que a través de los años parecieran no cambiar. Cuando necesito sentir la Venezuela que a veces me cuesta encontrar en Caracas, me consuela saber que siempre la podré conseguir en algún pueblo, sobre alguna carretera en el medio de las montañas.