22 de julio de 2011

Hay Que Ver Estrellas



No es fácil ser mujer en el país del Miss Venezuela. Todos esperan que tengamos el cuerpo de una Miss, y nos hacen sentir que si nuestras medidas no son 90-60-90, no somos suficiente. La verdad es que nadie tiene el cuerpo de una Miss. Ni siquiera las Misses tiene cuerpo de Misses. Estoy segura de que pasan el año entero pasando hambre sólo para llegar al certamen y comerse una hamburguesa esa misma noche. Por lo menos esa es mi teoría, y que nadie trate de convencerme de lo contrario.

No le dí mucha importancia a mi cuerpo cuando era chama. Cuando yo tenía 12 años nadie le daba importancia a su cuerpo. A los 12 años todavía era una niña que vestía en franelas grandes, shorts de licras y zapatos de goma inmensos. Hoy en día las chamas de 12 usan tacones más altos que los míos. La primera vez que me sentí ‘presionada’ por mejorar mi cuerpo fue cuando alguna compañera de clases se burló de mis piernas sin afeitar. Como mi mamá no me quiso comprar una afeitadora, decidí ir a una tienda y comprarla yo misma. Mi plan funcionó perfectamente hasta que en el primer movimiento me corté las piernas y salí sangrando de la ducha. Nada fácil esconder eso.


Yo de 12: Franela grande, licras y zapatos de goma inmensos. No era una exageración!

Mi falta de elegancia y gracia general llevó a mis papás a meterme en Rita’s, una academia de modelaje cuyo fin era convertirme en toda una señorita. Ahí aprendí que era verdad eso de que para ser bella hay que ver estrellas. Mi primera experiencia sacándome las cejas no fue nada agradable y los tacones que nos ponían a usar eran altísimos. Sin embargo, aprendí a poner la mesa (con todos los cincuenta tenedores diferentes) y a diferenciar un look casual de uno formal. Todo muy util. Nos hicieron sufrir usando una crema llamada LimaCream cuyo fin es derretir la grasa de tu cuerpo y creo que derretir un poco tu moral. Al final la experiencia en Rita’s fue positiva pero no me convirtió en una Miss ni causó curvas sin frenos en mi cuerpo.

Comencé a hacer dietas y de verdad concientizar mi figura como a los 22 años. Un poco tarde para las muchachas normales pero tampoco había sentido ninguna necesidad real de cambiar mi peso. En ese momento hice todas las dietas habidas y por haber tratando de perder peso y mejorar mi figura sin hacer nada de ejercicio en el menor tiempo posible. Comí atún hasta que lo aborrecí, dejé los carbohidratos por 2 semanas, y hasta me privé de cualquier dulcito. Llegué al punto de tomarme unas pastillas milagrosas que me adelgazaron, pero también me hacían llorar y cambiar de humor en cuestión de segundos. Un sacrificio que estaba dispuesta a hacer para verme mejor, pero nunca duraba suficiente tiempo ni causaba el cambio real que quería en mi cuerpo.

Pasé por muchos otros tipos de tratamientos dolorosos y efectivos. Efectivos solo si los haces todos los días por el resto de tu vida. Una de las torturas más grandes de todas fue ir a donde la Señora María. Un lugar donde van mujeres a recibir golpes con la promesa de cambiar cuerpos y eliminar celulitis. La tortura psicológica comenzaba antes de la física. La Señora María te pesa al llegar a su oficina, y, si subiste más de 100 gramos desde la sesión anterior, ella, muy a lo Soup Nazi de la serie Seinfeld, te devuelve a tu casa. No massage for you. Por supuesto uno está nervioso pensando que si el pecadito que se cometió en el almuerzo se verá reflejado en la escala. Luego comienza la tortura real. Te meten en cúpulas con lámparas calientes que te derriten la grasa, luego te hacen masajes reductores en los que te pellizcan hasta dejarte la piel morada y al terminar de convierten en una momia vendada con telas mojadas y frías. Todo el proceso tarda aproximadamente 2 horas. Por supuesto que algo tan drástico termina siendo efectivo, pero el costo es demasiado alto y decidí dejar de ir porque no podía permitirme gastar 2 horas de mis días preocupándome sobre mi cuerpo. Eso ya es como demasiado.

Las mujeres (y algunos hombres que conozco) hacemos lo posible y lo imposible para cambiar nuestro físico y adaptarnos a un estado perfecto incalcanzable que nos impone la sociedad. Estamos dispuestos a gastarnos hasta el último centavo para lograr cambios inmediatos sin querer aceptar que el cambio real es el más barato de todos: ejercicio y comer sano. El problema también es que somos impacientes y creemos que vamos bien hasta que llega alguna 'amiga' y nos desalienta con un ¡Marica, estás vaquísima! Su madre. Tampoco ayuda ver las mujeres con alguna mutación sobrenatural y sus cuerpos perfectos en televisión, revistas y hasta en los centros comerciales. Sé de Photoshop, y sé que se usa bastante en revistas, pero hay mujeres que sencillamente nacen con suerte.

Me tomó tiempo aceptar que mi cuerpo nunca sería perfecto, y que tampoco tenía que serlo porque ni soy una Miss ni tengo planes de salir en la portada de ninguna revista (Gracias a Dios). Por supuesto como todas tengo mis inseguridades y sigo buscando soluciones que me ayuden a mejorar mi confianza en mí misma. Sigo probando aquellas cosas dolorosas como la carboxiterapia (donde te inyectan CO2 a cambio de lágrimas) y aquellas cosas que son menos dolorosas como dejar ciertos carbohidratos a ciertas horas.



Al final, no tengo la respuesta. Hoy en día me preocupo por mantenerme sana y hacer ejercicios a través de los cuales espero volverme una persona más saludable y fuerte. Cómo sano y lo mejor posible, pero de vez en cuando sé que también es bueno cometer uno que otro pecadito. Trato de hacer lo posible por sentirme cómoda en mi propia piel. Como todos, tengo días en que me siento feliz con mi cuerpo y otros en que no quiero ni salir de mi casa porque me siento horrible!. Me supongo que uno nunca llega a un punto donde se siente perfecto. Quizás no nos damos cuenta que en nuestros imperfectos se encuentra la perfección. Quizás lo importante es sentirnos seguros sabiendo que en cada cuerpo, en cada cara, y en cada mirada hay algo hermoso que admirar.

13 de julio de 2011

Una pequeña reflexión



Hoy escribo después de pasar la noche en vela leyendo el libro de Jaycee Dugard. Jaycee fue secuestrada a los 11 años y mantenida prisionera en un jardin durante los próximos 18 años de su vida, hasta al fin ser encontrada. Una historia difícil de digerir y comprender. Pero qué lección deja su vida. A pesar de la pesadilla en que vivió, Jaycee, a tan solo 1 año de su libertad, es una persona alegre y positiva. Es difícil de imaginar cómo alguien puede superar un trauma tan fuerte, pero Jaycee lo ha ido logrando poco a poco. Es admirable su actitud ante la vida. Es admirable que pueda sonreir, reirse, y ser feliz.

A veces somos tan dramáticos y hacemos castillos y montañas de pequeñas piedras en el camino. Leer una historia como la de Jaycee nos da perspectiva. Nada en esta vida es insuperable. Soy afortunada por la vida que he tenido y, como casi todos, hay días en que no aprecio las cosas que para mí son obvias y olvidables como mi libertad. La posibilidad de tener opciones y poder tomar mis propias decisiones. Oír historias como las de Jaycee y su recuperación me hace sentir que no hay barrera que no se pueda derribar. Si ella ha podido aprender a ser feliz, dejar el pasado atrás y no ser víctima de su trauma, entonces todos podemos superar cualquier obstáculo. No podemos ser víctimas de nuestros pequeños traumas y fracasos. Esta historia me demostró una vez más que siempre hay una luz al final del túnel.


8 de julio de 2011

Nucita


Nucita 100% Actitud

Hace unas semanas cumplió 4 años mi beagle Nucita. Han sido 4 años complicados y divertidos, llenos de mucho aprendizaje. En el momento en que compré a Nucita, ella tenía tan solo 1 mes. Desde el día en que llegó a mi casa me dí cuenta que tener un perro sería un dolor de cabeza. No tenía absolutamente ninguna experiencia con perros antes de mi loquita (Más sobre eso aquí). Nucita tenía en ese momento un problema fundamental que hacía todo más difícil: estaba endemoniada.


Nuestro primer día juntas

Era la perrita más cuchi que podría existir: un cuerpito chiquito, una carita de peluche y unos ojos que hacía al gato de Shrek verse como un bebé de pecho al lado de ella. Sin embargo, era extremadamente brava y no había forma de tocarla sin que te destrozara los dedos y te tratara de asesinar. Los primeros días pensé que eventualmente se le pasaría, y que tenía que tener paciencia. Estaba decidida a que no iba a pegarle porque no quería hacerle ningún tipo de daño. Me aconsejaron regañarla dándole con un periódico. Le va a dar pánico: me dijeron. Pánico me dió a mi cuando me arrancó el rollo y lo destrozo en segundos. Llegué a pensar que me iba a seguir con el periódico en la boca y me iba a dar la paliza ella a mi. Estuve a punto de llamar al criador de beagles que me la vendió para devolverla cuando la vió el veterinario y con un NO fuerte y una palmada en el hocico se quedó tranquila. En ese momento se me olvidó por completo eso de no querer pegarle y empecé a aplicarlo (aclaro que tampoco es que le hacía daño grave, pero tenía que defenderme ante el demonio de Tazmania que tenía en mi casa).

Lo que más me ayudó a calmar a la fiera fue contratar a un entrenador. No es que con eso dejó de ser brava del todo, pero por lo menos aprendió disciplina. Cuando investigué cual raza comprar, en ningún lado leí nada sobre la tremendura de los beagles. No había pasado 2 días de tenerla en mi casa cuando todo el mundo decidió advertirme que los beagles son súper tremendos y tercos. ¿En serio? ¿No podían decírmelo 3 días antes? La realidad es que ese primer año de un beagle (o de Nucita en particular) no es nada fácil. Calmar sus ataques de violencia eventualmente se hizo fácil, pero detener su ansiedad fue otra historia. En esa época mi sobrenombre para Nucita variaba entre perra endemoniada y Nucita Araña dependiendo del día. Si vieron la película de los Simpsons y se rieron de puerco araña comprenderán por qué le puse ese nombre. Al igual que el cochinito, un día llegué a mi casa y conseguí las paredes del pasillo completamente llenas de los dos lados de huellas de Nucita cubiertas en pupú. Awww que cuchi. Casi la asesino.


Nucita y yo
Con el tiempo su actitud fue mejorando. Hoy en día es como si tuviese otro perro en mi casa. Ya es madura, se queda tranquila cuando está sola (bueno, relativamente), no hace desastres mayores y no peleamos tanto. Tiene sus momentos en que quiere dominarme y me toca hacer del perro alfa y asegurarme que ella entienda quien es la dueña de la casa. Pero ahora se porta muy bien y es raro el momento en que se ponga brava conmigo. Cuando lo hace, jamás me hace daño como solía hacerlo. La verdad es que Nucita se ha convertido en mi gran compañera. Me impresiona como se dan cuenta cuando uno está triste y automáticamente se vuelven más cariñosos. Nucita tiene la particularidad de que si no está completamente pegada al cuerpo de uno, ella siente que está lejos. Hay días en que estoy trabajando y se sienta literalmente sobre mis pies. A medida que los voy arrimando para no tenerla encima, ella se va rodando cada vez más. Me da risa verla casi arrastrarse porque mi pie se alejó 1cm de su cuerpo y no puede vivir así.


Si en 4 años uno logra una comunicación clarísima con un perro, no me imagino como será cuando ella tenga 10. Cuando Nucita tiene sed hace todo lo posible para que le sirva agua: primero mueve su plato por toda la cocina, luego va a mi mesita de noche donde siempre tengo un vaso con agua. Mira al vaso, me mira a mi, mira el vaso, me mira a mi. Y repite cada una de estas actividades hasta que me pare de la cama y le sirva agua. Le falta decirme coño, deja la flojera y sírveme agua, ¿sí? Yo le hablo y estoy absolutamente convencida de que Nucita entiende cada una de las cosas que yo le digo. Ella y yo entablamos conversaciones todo el tiempo y ella me dice cosas como que quiere jugar en la calle pero entiende que es peligroso y, está bien, se va a ir a la grama.

Esos primeros años con Nucita no fueron nada fácil. Pero el cariño y el amor que puede brindarme todos los días hacen que el sacrificio de ese tiempo de inmadurez hayan valido la pena. Hoy agradezco tenerla en mi vida. Los días en que no está en mi casa se siente todo callado y triste, y eso que ella casi nunca ladra y pasa todo el día durmiendo. Es sabroso tener a una perrita que se enrolla y se pega al cuerpo de uno exactamente en el momento en que uno tiene más frío. Una Nucita con la que hay que compartir las cotufas por el simple hecho de que da risa verla masticarlas de lado. Una amiga que se queda esperando en la puerta hasta que uno regrese a casa. Una loquita que le alegra el día a cualquiera.

Más fotos de Nucita aquí