5 de noviembre de 2010

Decir Adiós

Luego de nuestra despedida en Caracas, vía España

Para muchos es difícil imaginarse una vida en la que cada 2 años te estás mudando de ciudad en ciudad. Para nosotros era una aventura, una oportunidad de conocer el mundo, de expandir nuestros horizontes y de vivir nuevas experiencias. Cuando naces viviendo una vida de nómada, te acostumbras a estar en un constante estado de cambio. Se puede decir que crecer así me ha cambiado de muchas formas, y es quizás por eso que no le tengo miedo al cambio (...bueno, no del todo). A pesar de esto, no fue fácil decir adiós a cada experiencia que vivimos.


Al principio era sencillo, yo estaba pequeña y no entendía lo que ocurría. La primera vez que me afectó decir adiós fue cuando nos mudamos de España. Confieso que no recuerdo mi despedida de mis amigos. Sí recuerdo extrañarlos después al vivir en Estados Unidos. Lo que siempre recordaré fue la despedida de mi hermano y sus amigos en Madrid. A él le pegó mucho más esa mudanza y no olvidaré verlo llorar y abrazarse con sus amigos del colegio. Quizás es porque él era mayor que yo y entendía lo que sucedía más que una niña de 7 añitos. A lo mejor porque yo siempre he sido más independiente y un tanto antiparabólica (es decir, en mi mundo), pero sé que para él fue más difícil. Con el tiempo se fue convirtiendo menos fácil para mi también. Creo que quizás depende del nivel de cercanía que uno tiene con una persona. Hay amigos que uno quiere con el alma, hay otros que no pasan de ser simplemente un amigo.


Despedida del Colegio Campo Alegre

La verdad, saber que al llegar a algún sitio llegaría eventualmente el día en que nos iríamos de él, nunca nos detuvo acercarnos a la gente. Quizás muchas veces era inocencia de pensar de que aunque nos fuéramos, algún día nos volveríamos a ver. En la mayoría de los casos no fue así. En ésa época no existía el Facebook para ayudar a mantener el contacto. Y hoy en día, aunque muchos estén en mi lista de Friends del mismo, el tiempo hizo efecto y cada quién creció y se convirtió en otra persona. En muchos casos nos convertimos en completos extraños. Aunque sí debo decir que hay amistades que ni el tiempo, ni la falta de contacto hacen que cambien. Hay veces que tenemos conexiones tan profundas que no hay manera de que esos lazos se puedan romper.

A medida que fui creciendo, las despedidas se convirtieron más difíciles (por supuesto, es inevitable). Probablemente la más fuerte fue mi mudanza a Miami para irme a estudiar la universidad. Fue una mezcla de circunstancias que hicieron que ésa vez fuese la más triste de todas. Por una lado, era dejar a mi Venezuela una vez más. Por otro, irme de la casa dejar el nest egg de mis papás y ser independiente. Por último, era dejar a mi novio del cuál estaba muy enamorada. En el momento, fue extremadamente difícil vivir una realidad la cual yo no estaba lista para aceptar. Pero la vida te sorprende, porque al final, regresé a mi Venezuela (aquí estoy), mis papás se mudaron a Miami y pude compartir y vivir con ellos durante 3 años más; y hoy, casi 9 años después (en verdad, 8 años después de aquella despedida), sigo con aquel novio del cuál todavía estoy muy enamorada. Me supongo que la vida nos da sorpresas y en definitiva nunca sabemos qué camino está delante de nosotros.

Y es que precisamente es eso lo que pienso que hace más complicado despedirse. Es la incertidumbre de hacia adónde nos llevarán los caminos de la vida. El miedo de que si nos volveremos a ver. La tristeza de partir por culpa de un país que se cae a pedazos. Lo difícil que es cerrar una etapa de nuestra vida. Es aceptar que cada uno agarra un rumbo nuevo hacia otros horizontes.

Con el tiempo he aprendido que cada despedida realmente significa un nuevo comienzo. Cada hasta luego viene acompañado de una nueva bienvenida. Por cada puerta que se cierra, se abren mil puertas más. Cada vez que decimos adiós nos acompañan nuevas oportunidades, posibilidades, experiencias y un camino incierto listo para enseñarnos lecciones que definirán el resto de nuestras vidas. Y es por eso que, sin dejar difícil, tenemos que agradecer cada despedida y verla como un comienzo. Una nueva oportunidad de crecer, madurar, aprender y vivir. Eso sí, nunca dejando atrás las lecciones que nos trajo nuestra última despedida.

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